O mejor dicho, el mundo siempre está terminando: lo que viene después depende de nosotros. Todas las mañanas nos despertamos, sudamos y sangramos para poner una copia exacta del mundo del día anterior en su lugar. Claro que, no necesitamos hacer nada de esto; pero lo hacemos por nuestros miedos, nuestra impotencia, nuestra ingenua y mezquina ambición; o sencillamente por falta de imaginación. En cualquier momento podríamos dejar de pagar alquiler y de ir a trabajar (nada nos podría parar si lo hiciéramos al mismo tiempo) y volver a empezar en una sociedad sin señores ni préstamos. Todos hemos soñado con ello al menos una vez; y no, no son la policía o los políticos los que hacen que todo este montaje siga en pie: es nuestra complicidad y complacencia; sin mencionar nuestra falta de fe en el prójimo, lo que hace que nada cambie.
Pero no importa lo mucho que queramos que todo siga siendo así, el Desastre no es sostenible. El mundo del capitalismo, tal y como lo conocemos hoy no durará más de cinco generaciones -cualquier experto en medio ambiente puede decirte por qué. Del mismo modo, nadie tiene ya que discutir acerca de la destrucción de la clase media: ya está destruida, es la clase de la gente consumida por el materialismo y la duplicidad, de la gente que sufre constantemente trastornos emocionales y psicológicos que cualquier psiquiatra conoce y puede avalar. No es una cuestión de que si el sistema en el que nos hemos criado ha hecho de éste el mejor de todos los mundos posibles –a estas alturas todo el mundo conoce la respuesta- más que de que cómo vamos a controlar el caos que se va a producir cuando los terroristas crucen fronteras, la crisis petrolera llegue y nuestros ordenadores y plantas eléctricas se rompan y desmoronen. Considerar otras opciones y ponerlas en práctica no es radical: es sentido común cuando las predicciones de un futuro negro empiezan a hacerse realidad.
¿Pero de verdad viviremos para ver algo más? ¿Nos atreveremos a descubrir otros mundos?
A pesar de la seriedad de la situación, esto no es un destino que nos atormenta y del que nadie puede escapar. Del mismo modo que hay gente con la que convivimos codo con codo, pero que sin embargo habita en otros mundos, hay varios futuros; el futuro del que serás testigo depende de lo que hagas mientras llega. Es más, la pesadilla que nos aguarda existe precisamente en la medida en la que hemos contribuido a que se haga realidad: todos los días trabajamos por ella, compramos de ella, hipotecamos nuestras vidas a ella y invertimos en ella; hasta convertirla en lo único que podemos esperar.
Del mismo modo, el mundo de nuestros sueños existe en la medida en que vivimos como si ya existieran -no hay otra manera de que se hagan realidad. La revolución de cada persona es una revolución social en miniatura: no te preguntes cuando el cambio radical llegará, sino cuándo llegará el tuyo y cómo puedes alcanzarlo. Si puedes hacerlo, el resto del mundo puede también.
Y cuando de verdad luches por ello, cuando tus acciones abran de buena fe un portal hacia otra forma de vivir; los que se escondían saldrán y se unirán a ti. ¿O es que creías que eres el único loco aquí? Es necesaria una nación entera trabajando por la fuerza o por necesidad para que las cosas sigan funcionando, y siempre habrá gente que conozca lo poco que sacan de ello.
Son los millones a los que nadie consulta en las encuestas nacionales, la gente que nunca aparece en televisión, la gente que dormita esperando a que llegue un punto crítico para poder entrar en acción, con sus propias aspiraciones que alcanzar y sus propios deseos de ser libres; desesperados por luchar por algo que merezca la pena, por una pasión que los dirija.
Todos ellos matan el tiempo, a la vez que a sí mismos, mientras tanto; con problemas de anorexia y alcoholismo, matrimonios muertos y trabajos sin futuro. Cada día dejamos a un lado aquello de tomar riesgos que en el fondo sabemos que debemos tomar, esperando al momento oportuno o a que alguien lo intente antes; o si no, sintiéndonos demasiado cansados para no hacer nada. Por ello vemos la sangre de aquellos que se mataron a sí mismos y no aguantaban un día más; vemos las relaciones arruinadas que no pudieron sobrevivir a un vacío sin amor; vemos a los artistas y románticos desesperados, enterrados dentro del cuerpo del empleado corriente.
La próxima vez que el mundo termine, no estaremos paralizados ni viéndolo por televisión. Estaremos ahí fuera decidiendo por nosotros mismos qué vendrá luego, cortando las antenas y derribando transmisores si necesitamos que otros se nos unan.
No es demasiado tarde para vivir como si no hubiera un mañana -es más, nuestra esperanza y nuestro futuro depende de ello. Di tus últimas palabras ahora, y empieza con quien quiera unirse a tu causa.
Los sueños se rebelan, y sí pueden hacerse realidad."